JESÚS-
Venía ya por el camino y en el silencio de la noche quería amarla y la amé con todas mis fuerzas...
Veía su sonrisa de transfigurada cuando yo me acercaba a decirle: "¡Esther, yo te amo, sé mi esposa!" Madre, yo imaginaba entonces para mí una vida tranquila y dulce, mi huertoo lleno de lirios, mi campo de trigo y las rizas de mis hijos. Yo soñaba con un monte de paz donde mi alma se adormeciera sin dolores y con soles muy plácidos y unas noches muy tranquilas. Quise dar gracias al Señor por el bien que me concedía y al mirar hacía el cielo,
todas las estrellas que se ven y que no se ven cayeron sobre mí y me taladraron con sus puñales de luz la carne y el alma y me incendiaron de locura esste corazón que era de fuego, dejándome la carne fría y dura como la nieve de las cumbres.
MARÍA-
¡Ay, quién pudiera darte la tranquilidad que tienen los lagos dormidos...!
JESÚS-
¡Madre, si yo fuera lago lloverían constantemente piedras sobre mi superfície! ¡estoy hecho para el dolor!
MARÍA-
¿Qué quieres que haga frente a tu amargura sino desesperarme como tú?
No hay comentarios:
Publicar un comentario